A Dafne Casoy, joven escritora, alumna y amiga.
En un comentario que hizo al pie de la Presentación de mi Antología Personal,
Dafne pidió que contara algo sobre la escritura, según mi experiencia.
Además, Máximo Simpson, cuando leyó el cuento La suerte de la merluza,
creyó que lo había inventado a raíz de una nota periodística.
Acá les contesto...
No tengo imaginación, o no la uso, salvo cuando escribo pensando en los chicos. Publiqué en este blog el cuento
La suerte de la merluza tres años después de escribirlo (ver índice). No hay casi nada inventado: conocí al marinero del cuento en un viaje a España. Aproveché la historia, por supuesto, para crear un personaje parecido a mí -la anciana-, poner algo de mi cosecha, decir lo que sentía y arrimar un poco más de énfasis a la situación desopilante que había vivido. Tal vez me inspiró lo secreto, lo prohibido y tristemente "normal" de la historia: creí que había hecho un descubrimiento y necesitaba contarlo.
Viendo en
Carta Argentina (boletín virtual de gente que desconozco pero me tiene en su directorio vaya a saber por qué) el tema del despojo del mar argentino y que el asunto tiene relación directa con las revelaciones del marinero del cuento, decidí publicarlo. Las ganas de encontrar una verdad, aunque fuere una sola (y modesta) en medio de la nube de engaños que nos rodea, es lo que muchas veces me empuja a escribir. (De paso, creo que es más verdadero el cuento, de primera mano, que la noticia).
Se ve que no tengo imaginación, como dije. O que la uso solamente para escribir para chicos, para jugar con chicos, porque a ellos la verdad se les dice "de mentira".
Pero no soy una gran escritora capaz de imaginar grandes epopeyas (o chicas). ¿Cómo pudo un gigante escribir El siglo de las luces, por ejemplo? ¿O, simplemente, Rosaura a la diez?
Cierto que lo inverosímil me libera; lo imposible, más todavía. Es un juego imaginario que podría compartir con los adultos (de cualquier tamaño) pero... ¡son tan serios! No me animo. Con los chicos, sí. Nunca pude ser descaradamete inverosímil como César Aira (a veces). O valientemente libre y verdadera, como Valenzuela, que juega sin cesar (y jugando, dice).
Ahora, Dafne me instó a que escribiera sobre el escribir. ¿Qué podés decir de tu antología, por ejemplo? ¿Cómo escribiste esos poemas? ¿qué tienen que ver con tu vida? Yo quisiera intentarlo, pero lo que me sale es hablar de mi biblioteca, de la manera de contar que tienen los narradores. Nada que ver. Pero, ¿cómo explicar el impulso repentino de crear una forma, un paisaje, una voz que le asalta de vez en vez a un poeta, bueno o malo? Esos versos no tenían ninguna necesidad de aparecer, sus autores no tuvieron la culpa, algo los empujó, y ese algo puede haber sido lo que personificamos con el nombre de poesía, azar, música del mundo vivo que se hace oir de tanto en tanto, en el silencio.
Los biólogos podrían explicar la energía que alimenta el verso, quizás, porque toda la ciencia está y estuvo siempre encaminada a explicar qué cosa es la poesía, es decir, el misterio de la vida manifestándose, en este caso en el impulso de la escritura. Y la biología es la ciencia más avanzada.
Pero más allá de la ciencia, el lenguaje está ahí, disponible. Nos adueñamos de él, tenemos lenguaje y de pronto, una frase se expande en estado gratuito de libertad, suena, empujada por múltiples estremecimientos. Una energía semejante mueve al mundo, incluso en su destrucción.
Por eso, como no soy científica, voy a intentar el relato -en la próxima entrega- de cómo y en qué circuntancias escribí algunos versos (o cuentos, historietas, ensayitos, etc.) ya que no puedo decir por qué. Y estoy aprovechando este diario compartido para hacerlo.