lunes, 18 de febrero de 2008
domingo, 17 de febrero de 2008
Sobre jazmines, un cuento de Susana Szwarc
Sobre jazmines
Te decía, intentaba no fumar, no queda otra, a veces, que adherirse a las modas. Mucha gente había dejado de fumar y encontrar colillas se estaba volviendo difícil. Me enteré de...
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sábado, 16 de febrero de 2008
1-Historias de guardaparques, pobladores y viajeros
Televisión en la ruta
ilustración de Claudia Ramos, de la edición del Ministerio de Educación, 1997
En Villa Traful estaban sin televisión. Algunos vecinos llamaron a Neuquén y consiguieron que...
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lunes, 11 de febrero de 2008
De Piazzolla al Zorzal

La música del verso ha sido destronada por poetas y escritores demasiado lúcidos como para llevarles la contra. Algunos, en su lugar pusieron la Pasión (Macedonio Fernandez) o la realidad y el humor (Educardo Wilde). O la tensión, como Alberto Girri. Otros, como Gombrowicz o Platón, renegaron del poema y a otra cosa. A mi se me ha dado por reivindicarla. El argumento principal es la espontaneidad del canto; a veces, lo inevitable de su aparición...
BYRON REVISITED
de Alberto Girri, 1964
(fragmento)
Primero el simple, fiel
reconocimiento de esos
que se guían por lo que sienten,
lo que creen sentir
y cuyo tributo
es aercársele
como para tomar una flor,
recapturar briznas
de cantos,
como enamorarse
y cándidamente
arrojar
luz en devotos fragmentos,
fósiles, la amarilla
fronda de un alma
presa del tedio, aislada
en su privilegio
de amistad con el Ángel.
Leer completo cliqueando acá
"Recapturar briznas de cantos" es algo que se puede hacer deliberadamente o no. En Piazzolla, es un trabajo consciente. La melodía típica del tango, la frase tanguera, truncada, repetida, con variaciones, emerge de tanto en tanto para recordarnos que existimos, que seguimos estando ahí, su música es tango, hay una marca de identidad semejante a la huella que estampamos en nuestro documento.
Pienso que algo semejante sucede en la poesía contemporánea, más existencial que metafísica. Una poesía que se va haciendo al andar y que, muchas veces, sigue el rastro impensado de una música continua.
¿Hay música del pensar? ¿Sigue una modulación el discurrir de Girri? ¿O es que el poema convoca lo perdido, las briznas de canto que ya no quiere nadie, como si molestaran al personaje rudo y machazo que cultivan las series de televisión como ejemplo de lucidez?
En 1980, en Buenos Aires, fui a escuchar a Egberto Gismonti. La experiencia, en una ciudad sitiada por la muerte, fue reveladora. Escribí un relato de esa experiencia y lo repartí, focotocopiado, entre amigos y lectores cercanos (hacer click acá). Lo recupero porque trata del re-conocimiento, lo que se repite, afecta y se hace presente, lo que es por haber sido. Como entonces, sigo pensando que el ritmo y la espontaneidad de la música inisiste en todo trance creador y es esa repetición reveladora la que afirma y rige al pensamiento en libertad.
Porque el poema existencial es expresión espontánea, el que escribe se deja llevar, y luego se mira en el verso, se descubre, se re-conoce y retoma y sigue, tiene otra oportunidad. Estamos en el poema, detenemos el tiempo, ya no queremos (como en la vida de todos los días) llenar con palabras (o llantos, o risas, o quejas, súplicas y demandas, o fórmulas mediáticas y gestos de autómata) el vacío de no saber, no saber qué hacer, no saber qué sentir, no saber qué camino tomar.
Es el fin inesperado del verso ("la carga del verso se termina"...) lo que nos invita a...
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Sobre investigaciones con pájaros en relación con el poder de la variación musical del canto como productor de nuevos esquemas cerebrales –biología y cultura- me parece interesante leer un fragmento comentando las investigaciones Deacon, cliqueando acá .
Los versos de Rubén

Empecé a escribir a los tres años. Mi mamá era maestra rural, mi hermana mayor ya iba a la escuela y le esribía cartas. Yo garabateaba papeles, envidiaba, deseaba, clamaba por hacerme oir. Muchas veces lloraba hasta ahogarme y un nudo en la garganta me impedía decir algo (tal vez la memoria corporal de mi nacimiento, envuelta hasta la asfixia por el cordón umbilical). Mis tíos me ponían bajo la ducha de agua fría. Mi padre me abrazaba y me distraía con otras cosas. Mi abuela sostenía mi mano, con firmeza y calor. Pero yo... no sabía escribir cartas. ¡Qué fastidio, qué rabieta cada tarde, junto a la mesa donde mi hermana hacía los deberes! Y a veces, hartos, los grandes se reían, y una voz burlona (cariñosa, sin duda) me repetía "La princesa está triste. ¿qué tendrá la princesa?". Los hepasílabos aquellos -como otro cordón umbilical menos asfixiante- me ataron y me liberaron, porque con ellos pude escribir un primer verso, torpemente: Mimamatanelcampo/dondetamimama. Son los mismos de La vecina del río. Gracias a ellos, tal vez, fui llevada al indecible "campo", donde la ilusión se hizo conocimiento y verdad.
Defiendo la musicalidad del verso y la irrealidad de la poesía, verdad y artificio capaz de actuar sobre el ánimo. En especial, la música del verso me parece semejante a la pauta del canto de los pájaros (hay una investigación muy curiosa que reproduzco acá). El continuo musical de la frase es una suerte de gesto espontáneo, valioso; su cultivo está ligado a la sobrevivencia de la subjetividad (ver Guatari-Deleuze, "Las tres ecologías"); la estructura sonora del verso dice esas verdades que no pueden comprobarse pero renuevan la vida; es como la melodía, en la música, que supo redimir Piazzolla, y que otros transgresores del tango transgresor echaron al olvido.
En alguno de sus poemas Alberto Girri escribió que "el verso debería tener, como la música, las virtudes de la esperanza". La esperanza y la ilusión...
Interpreto que el ritmo del verso, al repetir una pauta acentual y una medida recurrente, sugiere que esa repetición continuará, y crea una expectativa que afirma la expresión (lo que se dice, lo que se está sosteniendo). Hay una suerte de demora temporal, un sostener lo dicho, hacerse cargo. El sentido vuelve sobre el que habla o lee y es puesto a prueba una vez y otra.
La repetición es condición creadora, porque nos pone ante nosotros mismos, nos convoca, nos trae al presente, es un pensar sostenido, crítico y deseante. Buscamos algo: la frase, como verso, no está cerrada, seguimos anhelando una verdad, un corte con el lugar común, llegar a lo imposible, desbaratar el prejuicio, el hábito que nos enclaustra en otra clase de repetición, la vida del autómata. ¿Es la verdad lo que queremos llegar a decir? ¿Es algo ignoto, negado, sometido? Podemos romper la pauta rítmica (como en el caso del mismo Girri) y cantar/hablar/musitar/escribir/pensar con otros ritmos inesperados, pero el corte del verso previo al punto final será siempre la voluntad de silencio, de escucha.
Nos escuchamos. Y a veces, hasta nos reímos y descubrimos el absurdo en lo que acabamos de afirmar. Porque a menudo el humor nos hace distanciar de esos dichos que repetimos espontáneamente (inconscientemente, tal vez, o robóticamente, también). Es el humor o el espíritu crítico, o el pensamiento a la deriva, con sus enlaces lógicos, sus absurdos regocijantes, sus deducciones e intuiciones. Muchas veces el próximo verso es la burla del anterior. O su opuesto. Como si en el poema hubiera gente conversando, contradiciéndose, amándose, repitiéndose, divirtiéndose y distanciándose; entonces surge una tensión constante que cabalga entre los versos y las palabras, se concentra en los silencios, y está lista a estallar en cualquier momento, inesperada. Por lo inesperado hay que saber esperar, tener esperanza.
jueves, 7 de febrero de 2008
La verdad sobre las letras de tango...
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